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En un viejo cuento, aquel sabio emprendía otro de sus incontables viajes por tierras exóticas. Al llegar a un río, pidió amablemente a uno de los barqueros que le llevara a la otra orilla. El río era tan ancho que daba tiempo de establecer una conversación. | |
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¡Cuánto sabemos! O al menos cuánto podemos saber. Nunca habíamos tenido tanta información tan a la mano. Pero a veces no sabemos lo importante. Sabemos cómo funciona el esfínter pilórico del aparato digestivo de la ostra, pero no sabemos de dónde venimos. Hemos pisado la Luna pero no sabemos a dónde vamos. Sabemos que el diámetro de la tierra es de 40 mil kilómetros, pero ignoramos el sentido de la vida. Sabemos el número exacto de neuronas que tiene el cerebro humano pero no sabemos cómo dejar de ser egoístas para empezar a amar a los demás. A servirles. A ser desinteresados en la amistad. A renunciar a los propios planes con tal de ayudar al esposo, a la esposa, a un amigo, a la madre, a la compañera de trabajo, al jefe, al empleado que depende de nosotros, a la señora de la tienda de la esquina, al padre, a la hija, al sobrino, al vecino, a la suegra, al desconocido, al que vende periódicos, al político, a la cajera, al de la gasolinera... “Al atardecer de la vida nos van a examinar del amor”, No nos van a preguntar el teorema de Pitágoras ni la manera más rápida y eficaz de usar un buscador de internet. Pero si nunca hemos dado de comer al hambriento, si nunca se nos ha ocurrido darle un vaso de agua al sediento, si no le hemos dado algo de ropa al que pasaba frío, si no le hemos abierto la puerta al que no tenía casa..., no sabremos nadar muy bien en las aguas de la eternidad. |
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